Ellas me pusieron alas y me dieron permiso.
Hace unos años, dando clases en un colegio de niñas, tuve la fortuna de tener como estudiantes a un grupo de futuras líderes poderosas. Sin que lo supiéramos, fueron mis maestras mientras yo, a través de la literatura, les provocaba a verse capaces, a soñar sin reparos, a imaginar posibilidades y a mirar más allá del miedo. No sospeché que cual boomerang, todo aquello regresaría a mí como un desafío.
Al finalizar las clases, me obsequiaron un retrato pintado por una de ellas. Era mi rostro con gafas negras perfectamente redondas, como las que suelo usar y mi melena en rizos formados por frases como "Sigue tus sueños, aunque parezcan imposibles", "Haz un cambio", "Apasiónate de los retos", "Sueña". Aquello era un gran emplazamiento, aunque para ellas fue una simple colección de frases atesoradas. "Gracias por enseñarnos a soñar" era la frase que demarcaba mi cuello, separada, destacaba del resto. No comprendí el impacto de este regalo, hasta hace poco.
Con los STELLA les honro y les rindo tributo porque me hicieron volar.
Stella es el nombre de una de esas alumnas, ella representa a esas mujeres que motivé a soñar, y que hoy construyen lo que alguna vez fue solo un deseo.
Desde el otro lado del miedo, les agradezco y confirmo que no hay nada imposible.